Desde siempre me han conmovido algunos perritos y perritas
callejeras, desde niña quería llevármelos a la casa y jamás había adoptado uno
de la calle (hasta el sábado) porque si bien adoptamos al loco Kno (nuestro
perro) no fue precisamente de la calle que lo recogimos.
Pero la Miel (así le puso Miguel, un sobrino) nos
encontró a nosotros, estaba afuera de
nuestra casa; desnutrida y ensangrentada. Y lo que parecía una simple ayuda, como vacunarla, alimentarla para luego regalarla se fue transformando con el paso de las
horas en una adopción definitiva. Rápidamente se adaptó a la casa y a las reglas
perrunas ya existentes, sin embargo fue su forma tan melosa de demostrarnos
amor y gratitud lo que termino por
cautivar nuestros corazones.
Por estas experiencias es que ya hace mucho tiempo me parece incomprensible
que hayan personas que aún compren perros cuando hay miles de perritos como la
Miel esperando por cariño y que importa si no es de raza o si ya no es cachorro. Lo más probable es que no cambiemos el mundo al adoptar, pero si cambiaremos el mundo de ese perrito o perrita.